viernes, 20 de enero de 2017

San Carlo alle Quattro Fontane. Borromini



La fachada de San Carlo ha pasado a la historia como la más fragmentaria, discontinua y antimonumental del Barroco arquitectónico. La iglesia, por su parte, unió con audacia tres estructuras diferentes: una parte inferior ondulada, una transición mediante pechinas y la inusual forma ovalada de la cúpula. Su atrevimiento planteó nuevas vías que serían muy experimentadas.
La angustia vital de Borromini estuvo presente en su producción con la misma fuerza que en su vida, tanto es así que se suicidó cuando todavía no estaba terminada la fachada de San Carlo porque pensaba que no estaba a la altura de los valores que deseaba plasmar. San Carlo es especialmente relevante en la trayectoria de Borromini porque une su primera obra ( la iglesia y el claustro) y la última (la fachada). La primera significaba su estreno como artista reconocido, y la última la culminación de su estilo.


Borromini dividió la fachada en dos pisos y, para dar un carácter unitario al conjunto, en ambos combinó columnas normales y de orden gigante. El resto de elementos que conforman la fachada parecen empeñados en romper esta unidad potenciando ritmos ondulantes y ascendentes que confieren un inusitado dinamismo al conjunto. A modo de empleo, el entablamento inferior es fuerte, descaradamente horizontal e ininterrumpido, mientras que el superior está segmentado a causa de un medallón cuya forma le da un impulso ascendente. También las columnas gigantes, al ser tan altas y estar tan próximas entre ellas, potencian el impulso vertical. El movimiento ondulante encuentra su máxima manifestación en los entrantes y salientes cóncavos y convexos que conforman los tres sectores verticales de la fachada.
La exuberante y desbordada fantasía llega hasta el más pequeño detalle; los capiteles por ejemplo, se inspiran en el estilo corintio, pero inclinan sus volutas hacia fuera en vez de hacia dentro.


San Carlo fue el primer proyecto exclusivo de Borromini. Los padres trinitarios encargaron un cojunto formado por convento, iglesia y claustro, que debía ubicarse en un punto clave para el nuevo urbanismo de Roma. Se trataba de un solar irregular, muy complicado por su pequeñez y su orientación, en una esquina condicionada por las cuatro fuentes que dan nombre a la iglesia.
El resultado convirtió a Borromini en un arquitecto reconocido, especialmente apreciado por las órdenes religiosas, que admiraban la espiritualidad que amanaba de sus obras.
El estilo arquitectónico de Borromini se caracterizó por una técnica atormentada y siempre insatisfecha; la fusión audaz entre la arquitectura y la escultura; el abarrotamiento que no permite que el ojo descanse; la utilización de la perspectiva para reducir el espacio en vez de engrandecerlo; la búsqueda constante de la diferencia que jugaba la curva, la contracurva, la elipse y los espacios cóncavos y convexos, siempre al servicio del movimiento.






La planta de la iglesia es el triunfo de una mente racional sobre las posibilidades de un solar pequeño e irregular. En su esencia es un óvalo sobre el que se erige un intrincado espacio en el que todos los elementos, sinuosos y ondulantes, se compenetran para conferir dramatismo al conjunto.
Aunque la mayoría de los elementos arquitectónicos parecen regirse por ritmos contrapuestos y por una aparente desconexión, Borromini estableció dos elementos unificadores: en primer lugar, las cieciséis gigantescas columnas de orden compuesto que, con una fuerte vocación escultórica, "modelan" el muro, le otorgan un ritmo propio, crean el efecto de un espacio más restringido y, con su función de carga, liberan el espacio central del óvalo.
En segundo lugar, el poderoso entablamento que, a pesar de seguir las formas caprichosas de la planta, se configura como sólida barrera horizontal que guía la mirada a lo largo del perímetro de la iglesia.

Sobre este cuerpo ondulante se levanta un espacio intermedio formado por arcos de medio punto y pechinas que sostienen la cúpula, de forma oval, inconfundible gracias a los singulares casetones geométricos (octágonos, hexágonos y cruces) que la conforman. Los casetones disminuyen de tamaño siguiendo las leyes de la perspectiva y con el objetivo de crear la sensación de mayor altura (en la semicúpula del altar, el mismo recurso, en cambio, busca dar mayor profundidad).
Las ventanas, situadas directamente sobre la viga maestra y semiocultas por la decoración, contribuyen a crear el efecto de que la cúpula, con una linterna central, brilla suspendida sobre el espacio de la iglesia.




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